martes, 18 de diciembre de 2007

la vuelta del hijo pródigo

El calendario me recordaba que era 16 de diciembre de 2007. También me lo hacían recordar las ojeras de la gente en la calle, en el subte y en el colectivo ya que las fiestas de fin de año y la obligación de tenerse que ver antes que comience el 2008 con absolutamente toooodos los amigos que no viste a lo largo del año, tenía a maltraer a más de uno.
Igual no importaba la cantidad de eventos sino la magnitud de cada uno, y este domingo tocaba Andrés Calamaro en el Club Ciudad de Buenos Aires. Tenía en mi poder tres entradas gratis asi que cansado o no, sea Andrés o sea Javier había que ir. Cuando hay entradas gratis siempre hay que ir (ojo, tampoco es que era Rocio Marengo cantando “el baile del koala” o Mariana de Melo cantando “Llora llora la llorona”, Andrés me gustaba, mucho, así que fui contento).

Mi día indicaba que, si todo salía bien, a las 7 estaba en casa y de ahí salía tranquilo para el estadio, pero las cosas no siempre se dan como uno quiere así que un día de sol en el Tigre logró que, con muuuucha suerte, me dejen a las 8 en la puerta del estadio. No era tan grave, salvo porque estaba en bermudas y ojotas (gran indumentaria para estar en una pileta, pero no tanto como para estar en un estadio abierto, de noche y con 60 mil almas alrededor, pies quise decir, con 120 mil pies alrededor).
Ya eran las 8 y 20. Me encontré con Juan, Santiago y Agustín a los que, al saludarlos, le pregunté si estaban para golpearse un poco.
“Estoy”, “estoy”, “estoy”, respondieron al unísono, así que partimos a la batalla.
Tres temas pum para arriba bastaron para que lleguemos donde queríamos llegar. Adelante. Estábamos demasiado adelante (más, hubiese sido estar en los coros).
Pero no todo era felicidad. Yo no estaba cómodo y no sabía por qué. Ya había comido, ya habia ido al baño y la música estaba buena. Supuestamente no tenía de qué quejarme, pero me quejé. Porque fue en ese momento cuando mi ojota se desprendió de mi pie, como se desprende el botón del pantalón después de la cena navideña. Pero yo no la dejaría ir tan fácil. No señor.
Como pude me agaché a buscarla, pero sólo encontré un reloj de no más de 6 pesos, un celular que rápidamente fue sacado de mis manos y pies, miles y miles de pies que no me dejaban reencontrarme con la ojota. Algunos no entenderán el sacrificio que hice, pero cuando digo “la” ojota es “la” ojota, no es cualquier ojota, es “la adilet” del Bambino Veira, porque el Bambino no se hizo conocido por frases como “yo tengo más salidas que el sol” "Viste lo que es ese pibe? Va, viene... va, viene... parece una autopista", de ninguna manera, el Bambi se hizo conocido por las adilets. Y yo las tenía, bah, una tenía, la otra se había escapado. Pero en ese momento recordé una frase que inventé hace unos años: “la esperanza es lo último que se pierde, lo primero son las biromes”, asi que grité, grité como nunca, tanto que Andrés tuvo que cantar más fuerte para que se lo escuche. Pero mis llamados eran en vano, la muchedumbre intentaba colaborar pero no habia caso (fui uno a uno presentándoles a mi otra ojota como quien muestra la foto de la billetera de su hijo).
40 minutos ya habían pasado y nada de nada, mis épocas de colegio me insisitian en pedir que paren la música, que hasta que no aparezca mi ojota la música no seguía, pero el temor por mi vida y por la de mi otra ojota fue más fuerte, asi que volví a agacharme y a seguir buscando.

El tiempo corría y el recital llegaba a su fin, la gente pedía otro tema mientras mi pie desnudo pedía a gritos que terminara. Y terminó. Y el alma me volvió al cuerpo, fue al ver a un joven levantándo mi ojota (para mi fue como ver al Diego levantando la copa del mundo en el 86).
Los 30 mil aficionados que quedaban en el estadio giraron sus cabezas, y sonrieron por mi. Sí, había vuelto. Dicen los que estaban ahi que el héroe la arrojó hacia donde yo estaba, pero yo sentí que fue la ojota quien dió una especie de salto hasta acomodarse suavemente en mi pie. Hubo abrazos y gritos de alegría. En ese momento mi cabeza empezó a recordar rápidamente temas de Andrés “me siento muy mal cuando te has ido”, “tal vez yo no sea tu hombre ideal ni tu mi mujer pero igual enganchate conmigo”, “contigo aprendi que tu presencia no la cambio por ninguna”, “no me gusta esperar pero igual te espero”, “te seguiría por todas partes y volvería a la ciudad, si me das otra oportunidad, de volver a empezar, mejor que antes”, “nos volveremos a ver porque siempre habrá un regreso”, “ok perdón fue sin querer”, “tu me estás atrapando otra vez”, “encontré la mitad del amor”.

Y terminó. Y me fui. Y nos fuimos. Yo y mis adilets. Hasta ese momento no me había dado cuenta cuánto las quería. Y desde ese momento juré que jamás nos volveriámos a separar. Los dos habíamos entendido que un corte de vez en cuando refuerza el amor.

Buena suerte y hasta luego.