miércoles, 10 de junio de 2009

Las angostas, lúgubres, silenciosas, oscuras, sombrías, tétricas y misteriosas calles del cementerio de la Recoleta

Los que solemos deambular por las angostas, lúgubres, silenciosas, oscuras, sombrías, tétricas y misteriosas calles del cementerio de la Recoleta sabemos lo que eso significa.
Sinceramente, yo deambulo por ahí bastante seguido y ni idea lo que eso significa, pero me gustaba cómo empezaba la historia porque le daba como un tono cementerístico, así que vamos a dejarla como está y a seguir, porque son muchas las historias que esconde este triste atribulado, pesaroso, mohíno, mustio, taciturno y compungido lugar donde va la gente que alguna vez se consideró imprescindible.

Y sí, el cementerio esconde todo eso y yo, mi diccionario de sinónimos que le hace creer al mundo que soy un gran escritor. Pero no, sólo soy un inocente, ingenuo, incauto, crédulo, simplón niño que quiere contarles algo que le pasó, para no decir que soy un necio, estúpido, bobo, ganso, tonto, memo, soso, zoquete, majadero y mentecato señor que es básico al usar las palabras y que no sabe cómo empezar la historia que, en algún momento tiene que empezar, porque ya escribí como veinte renglones y no dije absolutamente nada sobre lo que me pasó.
En verdad, son muchas las cosas que me pasaron. Porque son muchas las veces que voy. Disfruto estar ahí. De visita nomás, claro. No sé, me hace sentir vivo. Aunque más vivo que yo, y más ocurrente que mis desastrosos, catastróficos, calamitosos, desgraciados, trágicos y siniestros chistes, es aquel desubicado que pintó en la puerta del cementerio un graffiti que pronunciaba la frase “entrá si querés, salí si podés”. O el que puso en la puerta de una bóveda, en medio de un entierro un cartelito que decía: “abierto por duelo”. Y por qué no aquel maravilloso actor como Franco Mendiguzzi que inmortalizó su carrera con una frase en su tumba que describía a su persona perfectamente:

“Aquí yace Mendiguzzi, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace muy bien.“

O como el señor Altraburzi, que dejó asentada en una placa cómo fue la convivencia con su mujer durante 53 hermosos años:

“Aquí descansa mi querida esposa Mabel, Señor recíbela con la misma alegría con que yo te la mando.”

Así, podría pasarme horas contándoles anécdotas que me sucedieron mientras caminaba por esas angostas, lúgubres, silenciosas, oscuras, sombrías, tétricas y misteriosas calles del cementerio de Recoleta, que todos sabemos lo que significa, bah, que sinceramente nadie sabe lo que significa pero queda bien.
Por eso retiro el saquito de té de la taza, lo escurro con la cuchara, lo apoyo en el plato, revuelvo, pienso, y recuerdo aquella vez en la que un francés me preguntó si en éste cementerio descansaba Perón y lo primero que se me ocurrió contestarle fue: “Perón sí, pero sus manos estaban aburridas asi que salieron a divertirse por ahi”

El señor no se rió, no sé si no está familiarizado con la historia, si lo está y no entendió el castellano o si mis chistes ácidos de cementerios están muriendo de un accidente cardiovascular severo.

Y seguí pensando. Y seguí poniéndole cucharadas de azúcar a un té que sólo tenía gusto a té y recordé, fue cerca del mausoleo de Domingo Faustino Sarmiento, casi llegando al paredón de la calle Vicente López, donde me encontré con la hermosa, bella, galena, perfecta, encantadora, atractiva, preciosa y guapa escultura de una mujer. Junto a ella, un perro. Lo sé, era una estatua, pero juro que te enamorabas. Es más, si hubiese habido menos gente creo que la besaba. Y si no la hubiese visto días atrás en la revista Pronto hubiese creído que era Nicole Neumann con alguno de sus 7.567.865 perros. Y nada que ver con esto, pero si no hubiese sido que la vi hace poco en “La vérité”, creería que Brigitte Bardot nunca estuvo buena y siempre fue una vieja loca rodeada de animales.
Volviendo al tema que nos interesa, bah, que a nadie le interesa pero es parte de lo que estoy contando, es que la historia de la señorita de la estatua es una de las más famosas del cementerio. Unos dicen que se marchó de luna de miel y ella, junto a su esposo, murieron. Si es así como se comenta, no entiendo bien qué hace el perro ahí, habla muy mal del marido, no sé, nos hace pensar que el tipo era un arrastrado de mierda.

Yo quería llegar a la verdad y seguí investigando. Averigué, indagué, busqué, rebusqué, examiné, sondeé, rastreé, exploré y por fin googlé. Decía algo así como que había sido una vedette de Sofovich, allá por los sesentas, y un fan de ella, al verla salir de uno de los teatros sobre la Avenida Corrientes, le largó su perro entrenado para que le dé un mordisco en la tirita del corpiño, se le caiga y se le vea todo, de esta manera, él le sacaba fotos y después con las pruebas ir y decirle “O se las vendo a Rial o me hacés un service completo"
Pero parece ser que el perro no estaba muy bien entrenado, porque en vez de saltarle al corpiño, le saltó a la yugular y bue, ese es el final del cuento. Así que ahí la ven, al perro y a ella, juntos y felices, sin rencor alguno.
Y el flaco también fue feliz, porque se hizo millonario vendiendo las fotos de ella desangrándose a Crónica, que pagó mucho más que lo que hubiese pagado Rial por una foto de medio pezón.

Sinceramente, no se a quién creerle, porque habiendo tanto mentiroso, embustero, exagerado, mendaz, chismoso, engañador y calumniador en este mundo hace que, googlear cosas, ya deje de ser algo fehacientemente real, veraz, cierto, auténtico, verídico y fidedigno.

Y con tanta azúcar en mi té me fui engolosinando y seguí pensando. Y seguí recordando. Como aquella ocasión en que sorprendí a una señora pateando el ataúd de su marido mientras gritaba: “Hijo de puta, hijo de puta, quién va a pagar ahora las expensas? Quién va a pagar la lipo que me habias prometido?”
O aquel día en que me escabullí entre los turistas para escuchar a un guía que, mientras señalaba una pequeña y fría tumba, contaba la terrible historia de Francisco Vasallo Arguello.
Narran las malas lenguas que, allá por 1907 y horas más tarde de haber fallecido Don Francisco Vasallo Arguello, víctima de una aceituna que no fue masticada correctamente, un pájaro nunca visto antes, dado su color, forma y piar, se posó en su tumba.

Fue ahí, mientras el guía relataba la historia, cuando lo vi, mejor dicho, cuando lo escuché…Uajaaaaaaaá Uajaaaaaaaaá…era él, el mismísimo pájaro, el mismísimo pájaro de la muerte, posado en el hombro de un ancianito de gorra que venía en su vieja bicicleta (supongo que vieja porque hacia criiic criiiiiiiiiic criiiiic) …pará … un momento…no… no puede ser… el ancianito … era …era… sí…era…Don Francisco Vasallo Arguello. Fue por la foto que adornaba su tumba que lo reconocí y así, depués de pasar frente a nosotros sin siquiera relojearnos, se perdió con su bicicleta por esas angostas, lúgubres, silenciosas, oscuras, sombrías, tétricas y misteriosas calles del cementerio de la Recoleta, mientras desde su hombro se escuchaba el Uajaaaaaá Uajaaaaaá que lograba asustar a Drácula, Frankenstein y hasta al Cholo Simeone en su época de caudillo de la selección.
Así fue. Así fue que tuve miedo, por eso les suplico que a partir de ahora no lo nombren, porque la leyenda cuenta que si lo nombrás, cuando menos te lo esUajaaaaaaaaaaaaá ... Uajaaaaaaaaaaaaá ... Uajaaaaaaaaáperes, aparece, y ahí no hay tu tía, te acechará hasta llevarte con él a la tumba.
Pero yo no soy supersticioso, así que lo nombré y lo nombré, hasta que un día, al llegar al trabajo, lo vi ahí, posado en mi ventana. Y ahí se quedó. Semanas, meses, años. Hasta que fue tanto lo que me escuchó nombrarlo y nombrarlo, que se puso contento porque lo promocioné un montón y logró ser reconocido a nivel mundial. Y me perdonó. Y me agradeció. Y partió a lo del viejito cascarrabias de acá a la vuelta que ahora descansa en paz. En Gral Paz. En un mísero, paupérrimo, desgraciado, mezquino e insignificante cementerio de por allá, porque la verdad, la verdad, que muy buen tipo no era, es más, era un sorete de persona, así que debe estar lejos del paraíso, seguramente jugando al paddle en el infierno, con Saddam Hussein, Hitler y la Momia Negra de Titanes en el Ring.

Y se me acabó el té, pero no los bizcochitos de grasa. Y comí uno, dos, los saboreé, tres, cuatro, con el quinto recordé aquel día en el que, al pasar por una bóveda, vi dentro de ella un Lysoform en aerosol, un Blem para pisos y un Mr. Músculo limpiavidrios. Y fue ahí donde se me acercó un señor que andaba sacando prolijamente las telarañas de una tumba para decirme: “La conocés a Nelly?”

Yo negué con la cabeza. Y él siguió.

Nelly, es aquella, la doña de la foto, empezó limpiando la casa de Remedios de Escalada, después fue ama de llaves de familia aristocráticas como los Oromi Anzaldi, los Blaquier Anchorena y los Gimenez Zapiola. Era única, lo que tocaba lo dejaba brillante. Al morir, allá por el año 87, todos pensaban que se había perdido a una auténtica ama de casa, pero no, ella siguió con sus obligaciones...

El caballero siguió con la historia, bastante absurda por cierto, para no decir incoherente, descabellada, disparatada, ilógica e irracional. Parece que Nelly, después de muerta, siempre se las rebuscaba para salir a comprar más productos de limpieza cuando se quedaba sin, y ojo, no compraba el Magistral que duraba como 76457864578456 veces más, no, no, a ella le encantaba salir de compras así que siempre trataba de llevarse segundas marcas para que le duren menos y así, salir más.
Claro, ahí fue que entendí la placa que estaba amurada a su bóveda y decía: "Del polvo venimos y en polvo se convertirán los mugrosos de mierda".


Y seguí con los bizcochitos. Seis, siete, ocho, nueve. Pensé. Y recordé. Recordé que cuando como muchos bizcochitos de grasa me caen mal. Exageradamente mal. Y si los mezclo con té, peor. Y me asusté mucho. Y temí por mi vida. Y, mientras me retorcía por el piso del dolor juré y le supliqué a Dios que, si el dolor pasaba y yo sobrevivía, no iba a hablar más de pájaros raros, nellys, estatuas de mujeres lindas con perros, tumbas ni bóvedas. Y el de arriba me escuchó. El del piso de arriba, porque era terrible lo que gritaba del sufrimiento. Pero mucho más arriba parece que también, porque a medida que fueron pasando los minutos me fui sintiendo mucho mejor. Y me relajé. Y crei que lo mejor iba a ser salir a relajarme, a caminar un poco, así que agarré mi diccionario de sinónimos, lo acomodé bajo el brazo y partí a deambular por las angostas, lúgubres, silenciosas, oscuras, sombrías, tétricas y misteriosas calles del cementerio de la Recoleta. Porque yo a la muerte no le tengo miedo ya que tengo la seguridad que, mientras yo siga vivo, ella no va a estar y cuando ella llegue, yo ya me habré ido.