viernes, 27 de abril de 2007

Zapatero a tu zapato

Fueron años y años de roast beef en vez de lomo. De agua de la canilla en vez de soda del sifón. De atc en vez de hbo. De Odol en vez de Colgate Total. Fueron años y años de esfuerzos para que “El Zapatito Feo” abriera sus puertas.
El nombre no se le había ocurrido justamente después de leer “Mercadoctecnia” de Philip Kotler y Juan Carlos eso lo sabía muy bien, pero desde los 9 años lo tenía en la cabeza y no lo iba a cambiar por nada del mundo, ni aunque se juntaran Jeffrey Sachs, George Soros, Roberto Lavagna y Aristóteles Onassis para pedírselo de rodillas.

Damas. Caballeros. Niñas. Niños. Abuelas. Abuelos. “El Zapatito Feo” le arreglaba los zapatos a todos, Y lo hacía muy bien.
Pero la gente parece que eso no lo sabía, porque desde el día de la inauguración, aquel lluvioso 27 de marzo, nadie había ingresado al local. Y cuando digo nadie, es nadie.

Fue una mañana de invierno, mientras Juan Carlos se hacía unos mates en el fondo, cuando escuchó el sonido de la felicidad, el sonido de la vida, el sonido de la campana al abrirse la puerta. Y corrió. Y se volcó el mate sobre el pantalón. Y tuvo quemaduras de tercer grado. Pero no le importó. Se acomodó nuevamente detrás del mostrador, levantó la vista y la vió, era una mujer increíblemente despampanante, morocha azabache, de tez blanca, de ojos más verde que el mismísimo verde, de boca muy Angelina Jolie y de medidas que no bajaban ni subían de los 110-60-90.
La verdad la verdad, es que era una anciana de unos 85 años pero Juan Carlos estaba tan pero tan contento de verla dentro del local que, para él, era lo mejor que le había pasado en la vida.

-“Buenos días m’hijo”
-“Buenos días, bienvenida al Zapatito Feo, soy Juan Carlos, gustaría algo para tomar? Un mate, un vaso de agua fresca, tal vez una gaseosa?...”
-“Mil gracias, pero estoy bien así.”
-“Un scon? Tengo unos scons para ofrecerle que no sabe lo que son, los compro acá a la vuelta, en lo de Luisito, están recién recién hechos…”
-“Muy amable, pero paso.”
-“Un guiso de lentejas? Eh? Un guiso de lentejas?...chorizo colorado, batatas, papas, obviamente lentejas, es realmente muy pero muy rico... sino tengo unos fideos a la bolognesa que me sobraron de ayer, están para chuparse los dedos…”
-“Es muy gentil pero lo único que desearía es si usted sería tan amable de colaborar en la lucha contra el mal de Chagas, comprando esta cintita a solo cinco pesos…”
-“Vayase a la puta que lo parió vieja del orto.”

Todo seguía igual. Nada había cambiado. Y nada cambió.
Por eso “El Zapatito feo” cerró para siempre. En esos 9 meses y 27 días que estuvo abierto, Juan Carlos no había recibido ni un zapato para arreglar. Ni uno. Pero él no se desanimó y siguió con su vida. Había llegado el momento de cumplir con otro de sus sueños de pequeño, y ese sueño era cantar. Fueron tiempos duros de preparación. De tocar puertas en bares, boliches, hoteles, restaurantes y piringundines para que le den la oportunidad de mostrarse.
Y lo logró. El afiche en la puerta dejaba leerse: Bar Simpson. Miércoles 5 de Julio. 21,45 hs. JuanK Ntante.
Estrellas como Moria Casán, el Chino Volpato y Teté Coustarot tenían nombres artísticos así que Juan Carlos no quiso quedarse atrás y decidió que JuanK Tante iba a ser su nombre a partir de ese momento, Y ese momento llegó.
Atrás habían quedado la peluquería, la manicura y la tienda “Los Amigos” donde JuanK se había comprado un bonito traje (recomendación de Guillermo Andino pasando el chivo en su programa de la tarde).
Adelante, ya estaba el público. Después de haber afinado por quinta vez la guitarra y probado por sexta los cappuccinos del lugar, JuanK salió a escena. El reloj marcaba las 21,58 cuando agarró el micrófono, lo probó haciendo el famoso y archiconocido “hola, sisi, hola…”, se presentó frente a todos los comensales, agradeció al dueño del bar y empezó con un popurrí de Palito Ortega que incluía, entre otros, “Despeinada”, “La felicidad”, “La chevecha”, “Yo tengo fe” y “Corazón contento”.
Fue un desastre. Les juro que yo lo quiero mucho a JuanK pero se notaba que lo de cantar era solo un anhelo de pequeño y no un don que le había dado Dios.
Luego de ese insulto a la música, le llegó el turno a “Oh mama” de Pablito Ruiz.
“…oh mamá, ella me a besado, oh mamá, estoy enamorado de ella, ohhhh, ohhhh mi mamaaaaaaá….”

En ese preciso instante uno de los oyentes se iluminó, tomó conciencia de lo mal que la estaban pasando sus oídos y le arrojó un zapato que terminó incrustándose en el medio de la frente de JuanK. Él, por dolor, verguenza o enojo, paró de tocar.
El silencio en el bar fue abrupto y abrumador. Esos silencios que permiten escuchar perfectamente el tic tac que anuncia el paso del tiempo.
Los presentes se quedaron esperando algo. Que siga cantando no, pero una trompada, una puteada, algo que haga de esa noche una noche con anécdota y no una noche perdida..
Y algo iba a pasar porque en ese momento JuanK bajó de la banqueta donde estaba sentado, caminó hacia el costado del escenario, dejó cuidadosamente la guitarra y regresó al centro del escenario. Al pasar, recogió del piso el zapato.
La gente seguía enmudecida. JuanK comenzó a acariciar el cuero marrón del mocasín divorciado desde hace tiempo del betún y, mientras miraba perplejo la zuela que ya tenía sus años, descubrió que la lengüeta estaba descosida.
Después de 6 minutos y 47 segundos sin decir una palabra, JuanK sujetó el micrófono, agradeció a todos los presentes, guardó el zapato en el bolsillo interno del traje y se fué. Tenía mucho trabajo por hacer.

No hay comentarios: